La literatura abarca muchas temáticas, y por supuesto la relacionada con la labor funeraria no habría de escapar a su práctica. Contrario a lo que generalmente se cree, el tema de la muerte proporciona una amplia variedad de aspectos ricos en conocimiento e investigación que nutren el universo creativo y de información de los escritores que se especializan en este tema. Así, pues, son muchos los libros dedicados a algunos de los aspectos más reconocidos relacionados con el ámbito funerario.
Esta sección tiene como propósito llevar a cabo reseñas permanentes de los más interesantes y sobresalientes que de una manera u otra puedan interesar al lector. Permanentemente agregaremos títulos con reseñas sobre los mismos e información valiosa sobre sus autores y cómo cada uno de ellos puede incidir sobre la vida de quien los lee, bien sea porque es un profesional relacionado con el tema, o porque es una persona a quien el fallecimiento de un ser querido ha dejado una profunda huella, generalmente dolorosa, cuyo impacto pueda ser mitigado con la lectura apacible de un libro relacionado con el duelo, por ejemplo.
En cuanto nos sea posible, pondremos a disposición de los usuarios en nuestra tienda, los libros que vamos reseñando para que puedan ser adquiridos fácilmente.
En esta primera ocasión nos ocuparemos de uno de los libros más sobresalientes de la doctora Elizabeth Kübler-Ross, (Zúrich, 8 de julio de 1926-Scottsdale, Arizona, 24 de agosto de 2004) la más prolífica escritora sobre la muerte y las personas moribundas, quien fue una psiquiatra suizo-estadounidense, una de las mayores expertas mundiales en la muerte, personas moribundas y los cuidados paliativos.
Ella pasó la mayor parte de su vida en la cabecera de la cama de pacientes terminales lo que le permitió ser una fiel impulsora de los cuidados paliativos y es en gran parte responsable de que estos sean, a día de hoy, tal y como los vemos: una de las especialidades médicas que más humanidad desprenden. Dedicó su vida al cuidado del enfermo que conocemos como desahuciado o terminal, un terreno que muy poca gente había pisado.
Su interés por la muerte comenzó en su época de estudiante, cuando visitó algunos de los campos de exterminio nazi tras la guerra. Allí se sorprendió al ver que las paredes de los barracones estaban llenos de dibujos de mariposas. Esos dibujos afectaron profundamente a Elisabeth, que a partir de entonces se dedicó en cuerpo y alma a crear una nueva cultura sobre la muerte. Convirtió el símbolo de la mariposa en un emblema de su trabajo, ya que para ella la muerte era un renacimiento a un estado de vida superior.
Su obra sobre la muerte, los moribundos, los cuidados paliativos y el duelo es verdaderamente monumental: a lo largo de su vida profesional escribió aproximadamente 20 libros a través de los cuales enfocó su investigación en cinco etapas de duelo, y la misma consiste principalmente en la adaptación emocional a estas, si bien se trata de una experiencia compleja que engloba también factores fisiológicos, cognitivos y entre otros. Estas cinco etapas negación, ira, negociación, depresión y aceptación se utilizan para afrontar situaciones muy difíciles como mecanismo de defensa ante el problema. Su primer libro, «Sobre la muerte y los moribundos» (1969) expone su conocido modelo de Kübler-Ross por primera vez. En esa y otras doce obras, sentó las bases de los modernos cuidados paliativos, cuyo objetivo es que el enfermo afronte la muerte con serenidad y hasta con alegría.
La muerte, un amanecer
Y aquí otra: «Las experiencias científicas de la doctora Kübler-Ross, permiten confirmar que la muerte es un pasaje hacia otra forma de vida. Nos hace comprender que la experiencia de la muerte es casi idéntica a la del nacimiento, puesto que se trata del inicio de otra existencia, el paso a un nuevo estado de conciencia en el que se continúa experimentando, viendo y oyendo, comprendiendo y riendo, y en el que se tiene la posibilidad de continuar el crecimiento espiritual.Gracias a ella sabemos que una luz brilla al final, y que a medida que nos aproximamos a esa luz, más blanca, de una claridad absoluta, nos sentimos llenos del amor más grande, indescriptible e incondicional que podamos imaginar.»
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